Así
concluye su discurso el Santo Padre Francisco en su visita de hoy a la
Comunidad de Varginha (Manguinhos) en Rio de Janeiro (Brasil) en su viaje apostólico
con ocasión de la XXVIII Jornada
Mundial de la Juventud.
Allí se refirió a la solidaridad, a las
personas necesitadas, a la dignidad humana, a tener esperanza y sobre todo a
huir del descarte: nadie ha de ser descartado. Un discurso que nos anima a seguir adelante en la labor que se desarrolla en la Acció Social
Montalegre.
“Queridos
hermanos y hermanas
Buenos días.
Es bello estar aquí con ustedes. Es bello. Ya
desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar
todos los barrios de esta nación. Habría querido llamar a cada puerta, decir
«buenos días», pedir un vaso de agua fresca, tomar un «cafezinho» -no una copa
de orujo-, hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los
padres, los hijos, los abuelos... Pero Brasil, ¡es tan grande! Y no se puede
llamar a todas las puertas. Así que elegí venir aquí, a visitar vuestra
Comunidad; esta Comunidad que hoy representa a todos los barrios de Brasil.
¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con generosidad, con alegría! Basta ver
cómo habéis decorado las calles de la Comunidad; también esto es un signo de
afecto, nace del corazón, del corazón de los brasileños, que está de fiesta.
Muchas gracias a todos por la calurosa bienvenida. Agradezco a los esposos
Rangler y Joana sus cálidas palabras.
1.
Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí,
entre vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más
bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger
a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra
casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya
sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran
ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se
puede «añadir más agua a los frijoles». ¿Se puede añadir más agua a los
frijoles? … ¿Siempre? … Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza
no está en las cosas, sino en el corazón.
Y el
pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo
una valiosa lección de solidaridad, una palabra –esta palabra solidaridad- a
menudo olvidada u omitida, porque es incomoda. Casi da la impresión de una
palabra rara… solidaridad. Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen
más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad
comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo
más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las
desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus
posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a
tantas injusticias sociales. No es, no es la cultura del egoísmo, del
individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y
lleva a un mundo más habitable; no es ésta, sino la cultura de la solidaridad;
la cultura de la solidaridad no es ver en el otro un competidor o un número,
sino un hermano. Y todos nosotros somos hermanos.
Deseo
alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar
todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están
necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún
esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una
sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí
misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde
algo que es esencial para ella. No dejemos, no dejemos entrar en nuestro
corazón la cultura del descarte. No dejemos entrar en nuestro corazón la
cultura del descarte, porque somos hermanos. No hay que descartar a nadie.
Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera
riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. Pensemos en la multiplicación
de los panes de Jesús. La medida de la grandeza de una sociedad está
determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene
más que su pobreza.
2.
También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de
los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al
cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda
significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos
amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de
justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad
que sólo Dios puede saciar. Hambre de dignidad. No hay una verdadera promoción
del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los
pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de
tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la
desintegración social; la educación
integral, que no se reduce
a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias;
la salud, que debe buscar el bienestar integral de la
persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano
y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se
puede vencer partiendo del cambio del corazón humano.
3.
Quisiera decir una última cosa, una última cosa. Aquí, como en todo Brasil, hay
muchos jóvenes. Jóvenes, queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad
ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de
corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen
su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no
pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede
cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien,
de no habituarse al mal, sino a vencerlo con el bien. La Iglesia los acompaña
ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que
tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).
Hoy
digo a todos ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de
Varginha: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con
ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones
que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de
ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y
sufrimiento. Todo lo encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de
Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil, y con gran afecto les
imparto mi Bendición. Gracias.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario